Atenas | Historia de la Acrópolis de Atenas

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La Historia de la Acrópolis

"La Acrópolis, monumental herencia del pasado en el corazón de Atenas."

Los Origenes de la Acópolis de Atenas

El conjunto monumental de la Acrópolis se levantó en el siglo V a.C. sobre las ruinas que dejaron las guerras contra los Persas. Sus principales impulsores fueron el estadista Pericles y el arquitecto Fidias, dos colosales talentos al servicio de la democracia ateniense. Este promontorio escarpado era la ciudad primitiva. Quedan algunos muros micénicos de cuando un puñado de mortales convivía con los dioses y Atenea, según cuenta Homero, se coló en la plaza de Erecteo. Poco a poco se impuso el sentido común: los vecinos bajaron al llano y la terraza quedó como espacio sagrado adonde se va a sacrificar unos bueyes, charlar con conocidos y respirar aire puro. Atenas cuajaba entonces una original fórmula de convivencia.

El inicio de la Democracia

Olvidadas las etapas de reyes y tiranos, practicaba una forma de gobierno en la que el pueblo participaba en las decisiones con una asamblea que se reunía, al menos, cada diez días. Algo parecido a la democracia moderna, si no en las fórmulas, sí en el espíritu. Políticos como Efialtes o Solón sentaron las bases, y cuando Pericles tomó las riendas en el siglo V a.C., pudo decir: Somos la escuela de toda la Hélade. Lo cierto es que en dos centurias Atenas produjo una extraordinaria floración de escritores, artistas, filósofos y sabios.

La llegada de los Persas

Hubo un momento crítico para la Acrópolis. Se rehacía el templo de Atenea Nike y se tenían ya listas muchas estatuas y tambores de columnas, cuando Jerjes, el soberano persa, echó encima su máquina de guerra. Trataron de frenarlo en Maratón y en el desfiladero de las Termópilas, pero el Gran Rey los aplastó y saqueó Atenas en el año 480 a.C. Para expulsar a los persas se formó una liga entre todas las ciudades de la Hélade y, tras las victorias griegas de Platea y Salamina, lograron alejar la amenaza. Poco a poco, el dinero que las ciudades aportaban voluntariamente para la causa defensiva siguió siendo exigido, a veces mediante la fuerza, por parte de Atenas, que ejercía cierto imperialismo económico y administraba una fortuna notable. Atenas toma su nombre de la diosa Atenea, tan feroz en la batalla como amante de la inteligencia y de la razón. La ciudad identificó su esencia con esos valores y los defendió armas en mano frente las potencias autocráticas de su tiempo, como Persia o Esparta. Pericles decidió sacudir la modorra de sus paisanos y se dispuso a convertir la Acrópolis en un grandioso reducto cívico sagrado en honor de la diosa Atenea que los había librado de los persas. A su proyecto se debe la configuración de la Acrópolis tal como hoy la vemos. Que no es, ni mucho menos, el aspecto que tuvo durante siglos; aquellos mármoles sagrados les vinieron de perlas a quienes levantaron un gallinero o un corral.

Las desventuras de la Acrópolis

En el siglo VI, el Partenón se convirtió en iglesia cristiana, se destrozó el frontón oriental y se adosó un ábside. Luego, los otomanos hicieron de la Acrópolis un polvorín, y del Partenón, una mezquita. Cuando los venecianos atacaron mucho más tarde, los Propileos y el Partenón eran un polvorín, con tan mala fortuna que las bombas hicieron blanco en ambos objetivos. Entraron los venecianos, su jefe trató de arrancar algunas esculturas, las destrozó y al final la plaza volvió a manos turcas. Los viajeros de los siglos XVIII y XIX veían una Acrópolis pareja a la que muestran las acuarelas y dibujos de William Pars (1765) o Edward Dodwell (1885): un barrio desastrado, con chamizos incrustados en esqueletos de mármol, chimeneas humeantes, establos, suciedad y abandono.

La Restauración de la Acrópolis

Sólo después de la independencia griega se acometió en serio la restauración. Desbrozando y cavando, aparecieron esculturas arcaicas destinadas al prepartenón que se habían enterrado cuando el ataque Persa, y que ahora pueden verse en el Museo de la Acrópolis. Luego vino la recomposición de las construcciones con los fragmentos hallados en el suelo. Así, lo que surge de sus cenizas es la Acrópolis del tiempo de Pericles, un recinto a caballo entre el exvoto religioso y la campaña publicitaria, al cual se accedía por la Vía Sacra, que enfilaba la procesión de las Panateneas, al final de la cosecha, con ofrendas para la patrona y un rico peplo o túnica tejida por manos vírgenes. La vía atravesaba el ágora, a los pies del escarpe, y penetraba en la Acrópolis por una puerta monumental, los Propileos, concebida a modo de prólogo del Partenón y erigida por el arquitecto Mnesicles un año después de terminarse aquél. Su fachada interior Mnesicles resolvió bien la papeleta de suprimir visualmente el desnivel del acceso que es una réplica o contrapunto a la del Partenón. Es difícil revivir las sensaciones de quienes entraban en el territorio sacro. Si lo viéramos como fue, tal vez nos parecería un poco kitsch. No todo, pero muchas partes estaban pintadas con colores vivos sobre los cuales resaltaba la palidez del mármol; los fondos de los relieves, por ejemplo, o los techos interiores, teñidos de azul con estrellitas doradas. Salvada la cuesta y franqueados los Propileos, conviene volver la vista atrás, a la derecha. Allí, como un mascarón de proa, campea una auténtica joyita, el templo de Atenea Niké, erigido en memoria de la victoria de Platea y ceñido con un delicado friso de figuras a modo de corona triunfal.